miércoles, octubre 04, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (23): Stalin y Bukharin

La URSS, y su puta madreCasi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 


El comunismo soviético antes de Stalin había usado a la policía política para erosionar y acabar con otras formaciones políticas. Sin embargo, los primeros dirigentes comunistas, que estaban muy influenciados por el ejemplo de lo que le había acabado ocurriendo a los jacobinos, guillotinándose unos a otros, habían preferido mantener a los secretas lejos del propio Partido. Stalin, sin embargo, cambió eso. Cuando Stalin comenzó su cruzada contra la izquierda trotskista, utilizó a la policía para detener, ejecutar y exiliar a las víctimas de sus órdenes. Para ello, tuvo que crear todo un elemento argumental que justificase todo eso. Esos argumentos los elaboró en un escrito a principios de 1929, probablemente elaborado para el Politburo pero que luego hizo aparecer en Pravda en forma de editorial. Según su argumentación, los izquierdistas habían mutado en 1928, desde un grupo contra el Partido para convertirse en un grupo contra el sistema soviético en sí. Si había existido en el pasado una oposición trotskista dentro del Partido y del sistema, la actual (de 1929) estaba completamente fuera de él. De esta manera, la policía política, venía a decir, no atacaba a comunistas. Atacaba a anticomunistas. Lo que claramente buscaba Stalin era identificar todas las cosas que estoy seguro ya estaba pensando en hacer con la lucha de Lenin contra los mencheviques. Porque, una vez más, hay que recordaros que quien masacró primero a su enemigo político fue Lenin. Quien eliminó toda posibilidad de que pudieran existir corrientes internas dentro del Partido Comunista, fue Lenin. Stalin no negó a Lenin; lo completó.

En el marco de este cambio, Stalin decidió deportar definitivamente a Trotski. El antiguo compañero de Lenin llevaba desde 1928 en Alma-Ata, comiéndose los mocos. En febrero de 1929, fue enviado a Turquía, a la isla de Prinkipo. Pocos meses después, en el verano, el secretario general del PCUS decidió lanzar un mensaje definitivo a los miembros del partido. Yakov Grigorievitch Bliumkin, un miembro de la OGPU abiertamente trotskista, visitó a su líder en Prinkipo e hizo de correo de un mensaje de éste para sus partidarios dentro del Partido en la URSS. Poco después de llegar a Moscú, Bliumkin fue detenido, sometido a un juicio secreto, y fusilado. Era la primera pena de muerte aplicada sobre un miembro del Partido. Pero, claro, no sería la última.

Con el plan quinquenal a punto de ponerse en marcha, cada vez estaba más claro que los objetivos de colectivización no se alcanzarían. La razón estribaba en que, para llevar a cabo los objetivos de Stalin, era necesario doblegar al campesino medio; y nada menos que Vladimir Lenin había dejado escrito que enfrentarse a la clase media campesina rusa era la mejor manera de “arruinar el proyecto comunista”. El borrador del Plan, en todo caso, estableció que las granjas colectivas y estatales, deberían producir el 15,5% del output agrícola para 1932. Era una visión muy ambiciosa, pero razonablemente pragmática. Stalin, sin embargo, quería la propiedad estatal total del campo lo antes posible, para poder centrarse en lo que era su verdadero plan, que era convertir a la URSS en un gigante industrial.

Así las cosas, en diciembre de 1929, cuando el Plan estaba llegando a sus últimos borradores y Stalin estaba llegando a su cincuenta cumpleaños, el proyecto de colectivización total cada vez estaba más cerca. En la primavera de 1929, sin embargo, existían en la URSS unas 57.000 granjas colectivas que acumulaban aproximadamente un millón de hogares; pero todo eso no era sino entre el 3% y del 4% de la población rural total de la Unión. Pero, a partir de ahí, las cosas se aceleraron. Sólo entre julio y septiembre de 1929, 910.000 hogares fueron integrados en granjas colectivas; esto es, el número total prácticamente se dobló. Siendo este cambio radical, palideció ante el hecho de que en los tres últimos meses del mismo año fueron colectivizados 2,4 millones de hogares más. El año se terminó con uno de cada cinco agricultores colectivizados.

Este ritmo tan acelerado de cambio sistémico en el campo sólo fue posible a través del proceso de dekulakización o, si se prefiere, desaburguesamiento del campo. Un proceso que significaba la expropiación, porque yo lo valgo, de las casas y granjas de los agricultores de mediano tamaño rusos, los famosos kulaks, etiquetados ya por Lenin, ese demócrata, como enemigos de la revolución y merecedores de lo peor; con el añadido de que aquellos kulaks que no se avinieron a aceptar las consecuencias de la colectivización fueron exiliados a puntos remotos de la Unión. El régimen primero elevó muy sustancialmente la presión fiscal sobre los kulaks (argumento que prevalece hoy en día: aquél clasificado como “excesivamente acomodado” es merecedor de impuestos confiscatorios porque la riqueza, en el fondo y en la forma, es del Estado y no de las personas. Fascismo puro y duro, pues); y, en un segundo paso, cuando ya estaban empobrecidos, llegaba la expropiación.

Todo este proceso tomó forma legal en un decreto aprobado por el Comité Central del Partido con fecha 29 de julio de 1929 (como se ve, era el órgano del Partido el que legislaba, siendo el Soviet Supremo y los ministerios meros comparsas del proceso). Este decreto otorgó fuerza de ley a los procedimientos de urgencia (de soltera violencia política) necesarios para instrumentar la “nueva campaña de recolección de grano”, que fue el eufemismo que se utilizó para la operación monstruo de intervención en el campo soviético para cambiar su régimen de propiedad. En corto, lo que había existido entonces sólo para enfrentar situaciones de emergencia se convirtió en la norma.

Asimismo, una comisión delegada del Politburo, presidida por Molotov pero sometida al escrutinio permanente del propio Stalin, envió una resolución al Comité Central, que éste aprobaría en enero de 1930, titulada Sobre las medidas para liquidar las granjas de los kulak en las áreas de total colectivización. Este decreto incluyó el cierre total de las granjas de los kulak y, en muchas ocasiones, la deportación de familias enteras a otras esquinas de la URSS, como veremos pronto. Los kulaks respondieron con acciones violentas que, de hecho, convirtieron algunas zonas rurales en áreas sin ley donde el bandidaje era el rey. Esta situación provocó la intensificación de un fenómeno que venía produciéndose desde 1928, que era el enfrentamiento soterrado entre Stalin y algunos miembros del Politburo, como Rykov o Tomsky; pero, sobre todo, Bukharin.

Bukharin era un economista bastante aseado, y le preocupaba bastante eso que no existía en su tiempo como tal y que hoy llamamos behavioral economics. Era consciente de que en el campo hace falta que el campesino tenga la perspectiva de obtener un beneficio personal que dependerá del año por el clima, el precio de las cosechas y todo eso. Pero que la colectivización, que venía a sustituir ese beneficio personal por un beneficio colectivo, no era en modo alguno una alternativa en las mismas condiciones. El tiempo, hay que decirlo, habría de darle la razón. Una de las claves del “éxito” de las ideas, o más bien críticas, de Bukharin, reside en el hecho de que el proceso de colectivización, si bien teórica y hasta legalmente se vendió como un proceso que iba contra el kulak (para borrarlo como clase social, como dijo Stalin), en realidad afectó negativamente a todos los campesinos. La colectivización eliminó la figura del campesino individual; y eso, tal y como Bukharin había temido, suponía eliminar, también, toda capacidad de mejorar las producciones. El campesino soviético, integrado en un sistema en el que carecía de derechos, practicó una resistencia pasiva, cuya extensión es muy difícil de medir hoy en día, mediante el absentismo. Justo lo que Bukharin había predicho.

En sus artículos, en sus discursos públicos y, sobre todo, ante el Politburo, Bukharin defendió su idea de que campesinado e industria no podían verse como vasos comunicantes (el bien de uno es el mal del otro), sino que tenían que florecer juntos. Como ya os he dicho, en su visión Bukharin estaba acompañado por Tomsky y Rykov. A Stalin lo seguían Molotov y Voroshilov. Como consecuencia, en el Politburo el partido mayor era el de los de en medio, formado por Kuibyshev, Kalinin, Mikoyan y Rudzutak. Sin embargo, Bukharin perdió claramente la partida en el Comité Central donde, como ya os he comentado, los apoyos de Stalin eran aun más sólidos que en el Politburo.

Aunque sea parar un poco los acontecimientos, creo que el tema ha salido ya bastantes veces como para que hablemos un poco, pues, sobre Stalin y Bukharin.

Ambos políticos comunistas habían estado en muy buenas relaciones durante mucho tiempo. Desde 1927, si Bukharin se había mudado al Kremlin había sido por insistencia de Stalin; y, después de la muerte de Nadezhda Aliluyeva, la segunda mujer de Stalin, ambos políticos incluso intercambiaron sus apartamentos. Ambos se apelaban con nombres de confianza; de hecho, Bukharin casi siempre llamaba Koba a Stalin. Entre 1924 y 1928, antes de que el tema de la colectivización los separase, Stalin respetaba mucho el criterio de su amigo.

Nikolai Ivanovitch Bukharin había nacido en Moscú en 1888, hijo de un maestro de escuela. No era, pues, de origen proletario; pero eso tampoco le tuvo que preocupar mucho, puesto que muy pocos revolucionarios lo eran (o lo son). Estudió en el departamento de Economía de la facultad de Derecho de la Universidad de Moscú, y se hizo miembro del Partido Bolchevique en el 1906. Fue arrestado en 1910 y escapó de Onega, en la provincia de Arcángel. Se marchó del país y permaneció exiliado hasta la revolución. Esos seis años en el exterior le permitieron encontrarse con Lenin, con quien tuvo muchas discusiones pero enseguida labró una amistad profunda.

Bukharin conoció a Trotsky durante la primera guerra mundial, en Nueva York. Siempre se llevaron bien, aunque en muchas cuestiones discutieran. Estaba en Nueva York cuando le llegaron las noticias de la revolución de febrero. Regresando, fue arrestado en Japón y puesto en custodia en Vladivostok, por animar una rebelión de soldados. Llegó a Moscú en mayo.

Durante la guerra civil, Bukharin comenzó a distinguirse como un miembro del partido con visiones a la izquierda del mismo. Por mucho que luego, en la práctica, tascase el freno con el tema de colectivización, en aquellos tiempos escribió (Economía del periodo de transición) que el uso de la violencia era “el coste de la revolución”.

La elaboración y publicación de su ABC del Comunismo, que no es otra cosa que una declaración programática del comunismo de guerra, fue lo que elevó a Bukharin a los altares de la verdadera elite comunista. Se convirtió en alguien tan popular como Trotsky, Kamenev o Zinoviev, justificando el apelativo de “preferido del Partido” que le otorgó Lenin. Durante los años de la revolución y la guerra civil, sus posturas a la izquierda del Partido le hicieron aparecer como un radical. Sin embargo, la puesta en marcha de la NEP por parte de Lenin, unido a los propios textos y posicionamientos que el fundador del comunismo soviético dictó en los últimos años de su vida, cambiaron el punto de vista del joven y fogoso economista podemita. En los meses críticos del final de la vida de Lenin, meses durante los cuales pasó muchas horas con él, Bukharin cambió elegantemente de orilla, y se pasó a la facción moderada.

Inmediatamente tras la muerte de Lenin, Stalin y Bukharin comenzaron a tener diferencias teóricas. El primer punto de fricción habría de ser la NEP y, como una consecuencia lógica, el segundo, como hemos visto, sería la colectivización. Algo que Stalin nunca le perdonó es que, puesto que Nikolai se veía vencido, una y otra vez, por la creciente influencia de Stalin en el Politburo, decidió trasladar la guerra a la Prensa; un terreno, el de los artículos públicos, en el que se sabía mucho mejor que su contrincante.

Convertido en uno de los principales doctrinarios del marxismo de los nuevos tiempos en la URSS, si no el principal, Nikolai Bukharin escaló desde el puesto de miembro candidato del Politburo al de miembro de pleno derecho; algo que nunca sabremos si a Stalin le hizo feliz o infeliz; porque indiferente, es prácticamente imposible que le hiciese.

Una vez en la cumbre del poder y con voto, Bukharin optó, estratégicamente, por no implicarse en el gran clash ideológico que, en ese momento, protagonizaban Trotsky y Stalin. Con ambos se había llevado bien, en ambos veía cosas positivas y negativas; así pues, creía posible lo imposible, es decir, mantener una línea propia. Permaneció au dessus de la melée más o menos hasta 1928, cuando el Plan Quinquenal y las colectivizaciones cogieron momento. En ese momento, su idea de que la ciudad y el campo, en lugar de vampirizarse, tenían que aliarse en un crecimiento conjunto, lo colocó en contra de Stalin.

Doctrinal o estratégicamente hablando, hay un elemento que separaba a Bukharin de Stalin radicalmente. Desde los tiempos de la NEP, Nikolai había desarrollado la idea de que el régimen comunista se podía, por así decirlo, permitir algunas alegrías, porque carecía de enemigos. De la NEP había dicho: “no pasa nada por dar algo de libertad, porque no hay enemigo que la pueda aprovechar”. Y, ahora, sostenía que la colectivización no era necesario acelerarla, porque también carecía de enemigo. Stalin, obviamente, no era de esa opinión.

A mediados de los años veinte, con la muerte de Lenin todavía dolorosamente cercana, sin duda Stalin y Bukharin fueron los dos personajes más influyentes del Partido y, de hecho, el segundo ayudó activamente al primero en su guerra contra Trostsky, Zinoviev y Kamenev. Stalin respetaba mucho las ideas y concepciones económicas de Bukharin, hasta el punto de que a finales de la década se puede considerar que no hacía nada en materia económica sin consultarle. El pecado de Bukharin, sin embargo, no fue ser un buen economista; fue ser extraordinaria, y crecientemente, popular en el Partido. Astrov (posiblemente Valentin Nikolayevitch), Alexander Slepkov, Dimitri Marevsky, P. Petrovsky y otros entonces influyentes miembros del Partido (a algunos de los cuales los veremos salir por la puerta cuando fueron expulsados Zinoviev y Kamenev) eran entonces decididos partidarios de Bukharin.

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